Tú también eres un genio


Como te adelanté el jueves, esta semana la vida me ha puesto muy fácil de qué escribir, y tengo por costumbre no perder las buenas ocasiones. Me lo impide mi religión.

Te cuento una historia para que veas cómo nos empeñamos muchas veces en percutir y percutir para resolver un problema, cuando tenemos alternativas factibles delante de nuestros ojos si paramos a pensar un poco.

Sólo con pensar un poquico, de verdad.

Todo empieza con la manilla de una puerta de un baño. Fíjate qué tontería.

Pues bien, resulta que se han estropeado ya dos, la última la semana pasada.

La primera fue hace ya un tiempo. La pusieron después de las reformas que se hicieron en las oficinas, y parecía obvio que era la opción correcta.

Si hay una puerta, se pone una manilla. Simple ¿no?

Vale. Se rompió y... por supuesto la sustituyeron por una igual. Estoy convencido de que incluso apretaron más fuerte los tornillos y aplicaron algún otro tipo de medida para que no hubiera nuevos problemas ("esta no tienen narices a romperla" pensaría la persona que la instalara).

¿Que no? Toma ya. Nuevamente rota.

Vale, que me ando por las ramas. ¿Qué ha sido lo que ha ocurrido para merecer un artículo?

Aquí va: han arreglado el mecanismo de apertura... ¡no poniendo una manilla! (aquí es donde se te levanta una ceja a lo Ancelotti)

Pues sí.

En lugar de optar por la solución más clásica y a la que habríamos ido todos por inercia, alguien ha pensado y han instalado un asa para abrir la puerta, y desmontado el picaporte y aprovechando que la puerta tenía un mecanismo de cierre con muelle.

Ojo ojo ojo.

Un aplauso largo para la persona que tomó esa decisión. 👏


No hace falta buscar la solución supersofisticada al problema. De hecho, suele ser justo al contrario.

¿Cuántas veces te ha pasado que estás metido en un proyecto, empezáis a pensar en cómo resolver un determinado problema, y una solución lleva a otro problema, que se resuelve pero crea otro, que se resuelve pero crea otro… y todo se va complicando hasta que el resultado no hay manera de explicarlo?

Si eso te vuelve a pasar, piensa en “la persona de la manilla del baño” (ya sabes que me gusta bautizar todo. Lo que tiene nombre se recuerda mejor).

No te sientas mejor profesional y más listo por haber creado un cojo-montaje para resolver un problema. Al revés, sospecha.

Aquí van algunas preguntas que podrías hacerte cuando creas que hayas diseñado con la solución de algo:

  1. ¿Puedo explicar la solución de manera sencilla que la entienda alguien que no ha estado en el diseño?
  2. Si tengo que formar a alguien, ¿va a salir de la sesión con las ideas claras o necesitará semanas para saber manejarlo?
  3. ¿Quiero que me vuelvan a llamar para resolver este problema o lo que he creado me permite olvidarme de él?
  4. Cuando tenga que revisarlo por un posible fallo, ¿recordaré bien los fundamentos o voy a tener que estudiarlo entero de nuevo?
  5. ¿Será capaz de manejarlo el más torpe que conozco?
  6. ¿Seguro seguro que no puedo eliminar algún paso?
  7. Si tiro a la basura el diseño, ¿sería capaz de repetirlo o es tan complejo que más me vale guardar los planos/notas a buen recaudo?

En el caso de que cualquiera de estas preguntas no pueda ser contestada con un SI, entonces merece la pena que repases el resultado porque significa que huele a que, en el futuro, vas sufrir la complejidad de lo que has creado.

Para terminar, te dejo una frase de Einstein que siempre intento recordar cuando me encuentro en este tipo de embrollos donde hay aroma a que hemos complicado mucho la solución:

“Todo debe hacerse tan simple como sea posible, pero no más simple”

Por cierto, para los que tengáis curiosidad, os presento al tirador 😉


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